domingo, 22 de enero de 2012

'Mou' en su laberinto azulgrana





La derrota debe ser especialmente dolorosa ante la certeza de no poder evitarla. Y más si te llamas José Mário dos Santos Mourinho Félix. O mejor, si aquel hombre ya no puede escapar del personaje en el que se ha convertido: José Mourinho. El entrenador del Real Madrid ha construido su historia en base casi exclusiva del exitismo. Ver imposibilitado el éxito es, pues, una amenaza devastadora a su esencia y a su leyenda.

Campeón de la Copa de la UEFA (2003) y Champions League con el FC Porto (2004); campeón de Premier League con el Chelsea (2004-05; 2005-06); y multicampeón con el Inter de Milan con triplete de Supercopa (2008),Ligas (2008-2009; 2009-2010) y Copa Italiana (2010) es un récord insoslayable del técnico luso. Tan innegable como el ego que ha ido acumulando. "No soy el mejor del mundo, pero creo que no hay nadie mejor que yo", o “"Tampoco Jesucristo era simpático para todos, así que imagínate yo", son algunas frases que lo retratan. Estratégicas sí, pues el lusitano enfoca en él toda la presión mediática y social para liberar al equipo de pesos incómodos. Pero también causantes de un círculo vicioso que hace creer a Mourinho el paladín de la autosuficiencia. “Cuando el equipo gana el triunfo es de todos; cuando pierde la responsabilidad es solo mía”, afirmó tras la derrota del Real Madrid, una más, por 2-1 ante el Barcelona en el estadio Santiago Bernabeu. Parece una queja denigrante (creen que es su triunfo, déjenlos, pero yo sé que es solo mío), pero la realidad es que no ha perdido el Madrid, sino sobre todo, él.

Y debe ser un dolor extremo que la derrota no sea un corte aislado, sino un cuerpo totalmente acribillado. De 13 derbis, el Barcelona de Guardiola ganó 9, empató 3 y el Madrid de ‘Mou’ solo uno (final de Copa del Rey 2011). Para cualquier madridista la estadística es de lágrimas y pañuelo. Para Mourinho es de crisis de conciencia, de identidad y, en definitiva, del personaje. El castillo de la omnipotencia no es más que uno de naipes que se derrumba ante cada brisa azulgrana.

Como aletazo de vida surge la desesperación. Esa que no es sino renunciar a toda posesión de balón, jugar con 8 jugadores defensivos, o tener a un Pepe como un perro desbocado en el mediocampo para meter rabia a todo lo que se cruce (pisotón a Messi). Y defenderlo, sin sonrojarse, es la renuencia al ocaso de ‘Mou’, el personaje.

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