El final más cruel posible
El Madrid cayó en la tanda de penaltis. Cualquiera hubiera merecido
pasar. El Bayern se repuso al 2-0 y dominó luego. Schweinsteiger sentenció.
Juanma Trueba | 26/04/2012
Heynckes tuvo mil razones para
que Schweinsteiger no jugara el partido y 120 minutos para sentarlo. Quien
fuera pulmón del Bayern y de Alemania se pasó el partido buscando sin
encontrarse, pesado y lento. Heynckes no se dio por aludido. La parálisis del
entrenador resultó inexplicable durante dos horas hasta que en el quinto
penalti de la tanda más dramática que se recuerda el dorsal 31 de las camisetas
rojas caminó hacia la pelota decisiva. Schweinsteiger. Como ocurre tantas veces
en el fútbol, la sinrazón cobraba sentido. Los mejores habían fallado (lo
hicieron Cristiano y Kroos) y el repudiado encontraba su oportunidad, el
acabado Schweini, la última bala en el revólver del más alemán de los alemanes.
Todavía resuena el bang, último ruido antes del silencio absoluto.
Si 90 minutos en el Bernabéu
son muy largos, 120 son la eternidad en centrifugadora, ni hablar ya de los
penaltis. Cómo sería el agotamiento, cómo la emoción, cómo los nervios y la
angustia que antes de que el árbitro pitara el final de la prórroga, los
rivales firmaron las tablas con los guantes de boxeo puestos. Cayó Boateng
víctima de los calambres y se hizo la paz. Para qué más muertos. Entre los
veintidós del campo y los 82.000 de la grada existió la absoluta convicción de
que la suerte estaba echada y de que ganaría uno, aunque lo hubieran merecido
los dos.
Pero la tortura todavía admitía
otro giro. El primer lanzamiento lo convirtió Alaba (19 años), el futbolista
más joven en cumplir 50 partidos en la Bundesliga, superando a Schwarzenbeck,
les sonará el nombre y el gafe. Después le tocó a Messi y digo bien. Cristiano
se aproximó al Adidas Finale 12 con el fantasma del argentino agarrado a su
gomina y de tanto perseguir sus pasos le siguió también en el salto al vacío.
Neuer paró una pesadumbre de chut, ni ajustado ni potente, porque no lo pegó
Cristiano.
A continuación marcó Mario
Gómez (2-0), porque para completar la paradoja otro español (o cuarto y mitad)
tenía que participar en el asesinato de los equipos españoles, los grandes
favoritos, ustedes recordarán. De vuelta, en el segundo penalti del Madrid,
Neuer volvió a la misma esquina para detener el tiro de Kaká; la condena
parecía segura. Sin embargo, Casillas detuvo los dos siguientes y Xabi encendió
una luz que se apagó cuando Sergio Ramos, héroe de una temporada entera, perdió
la pelota en un fondo. Ahora está claro, cómo no haberlo previsto, cómo no
habernos preparado para la tragedia. Dijo Albert Einstein (alemán, por cierto)
que Dios no juega a los dados, pero nada comentó sobre su relación con el
fútbol.
Iguales. Así terminó la aventura
del Real Madrid en la presente Champions, con absoluta dignidad, con los mismos
merecimientos que el Bayern, pero con ninguno más. El dato es relevante. Su
superioridad terminó después de un primer cuarto de hora maravilloso, con dos
goles entusiastas, impulsores de una felicidad que era mentira.
El primero, de hecho, combinó
el salvaje rugido del Bernabéu con el temblor del Bayern. Marcelo cambió el
balón de costa y Di María lo empalmó con el alma (sector zurdo), tropezando con
el brazo del aterrorizado Alaba, protagonista, todavía no lo sabía, de otra
maldita historia circular.
Cristiano, tan ufano como un
millonario en el Titanic, marcó el primero y no tardó en celebrar el segundo.
En esa ocasión se lo regaló Özil, que fue quien le desenrolló la alfombra roja.
Pocos lo advirtieron entonces,
pero el partido repetía sádicamente el argumento del Barça-Chelsea. De la
felicidad más absoluta, dos goles en 13 minutos, se pasó al escalofrío que
anuncia las malas noticias. En este caso no era tanto la acumulación de
augurios nefastos, como la enorme fortaleza con la que el Bayern se puso en
pie. No hay mayor desconcierto para un pistolero que el enemigo inmune a las
balas.
Cuando Robben acortó distancias
de penalti un objeto no identificado cubrió el cielo de los madridistas: era la
sombra del Camp Nou. Casillas adivinó la dirección del disparo y el balón tuvo
que doblar sus últimas falanges para terminar en la portería. De haberlo
parado, Robben hubiera pedido el inmediato ingreso en un monasterio tibetano.
El penalti que provocó la pena
fue un nuevo exceso de Pepe, impecable en lo demás, pero un defensa que nació
en la marmita de la excitación y no necesita estímulos externos. El central
atropelló a Mario Gómez cuando el delantero todavía tenía que alcanzar el pase
de Kroos, cabecear y batir a Casillas; un mundo.
El Madrid cedió campo y terminó
por ceder también la pelota. Xabi se había retrasado mucho en auxilio de la
defensa y el Bayern había ganado la medular, a pesar de la incomparecencia de
Schweinsteiger, polizonte de un gran partido; esto está escrito antes de su
penalti y así queda, como testimonio de la ignorancia humana. Kroos,
entretanto, se revelaba como un futbolista de los que valen por media docena.
Se intercambiaron golpes y
pánicos. Pudo marcar el Bayern y pudo hacerlo el Madrid, replegado como le
gusta, aunque sin las fuerzas que exige el repliegue. Con media hora por
delante, el Madrid era el Chelsea con Cristiano en el papel de Drogba. La
comparación es exagerada, lo sé, pero los sentimientos eran idénticos. A
Fernando Torres ya le atronaban los oídos.
En los últimos minutos del
tiempo reglamentario el partido se jugó en el corredor de la muerte: el nudo en
el estómago, la esperanza en el corazón y el llanto en la garganta. Cada avance
del Bayern sonaba como las pisadas del carcelero. En ese momento era más fácil
gritar que pensar, más sencillo llorar que hablar.
Ceguera. Nadie quería arriesgar,
nadie se asomaba del todo, el agotamiento se mezclaba con la prudencia y la
fatiga con la estrategia. Los dos equipos ya eran dos boxeadores, de esos que
se abrazan y parecen confundir el odio con el amor, y en esa ceguera de ojos
hinchados mezclan ganchos y consuelos: si ganas, tú también lo merecerás.
En el minuto 74, Kaká entró por
Di María, y conociendo el poco apego de Mourinho al brasileño, más que un
cambio pareció una plegaria, un beso a la estampita del santo. Heynckes, sabio
o loco, seguía sin hacer cambios.
Mario Gómez rozó el gol en el
minuto 85 y estuvo cerca de evitarnos tanto sufrimiento y tanto placer
sadomasoquista, porque hay ruinas preciosas. Su fallo fue ser bueno en lugar de
tarugo, pues el magnífico pase de Robben necesitaba eso, un tipo con una sola
idea. Gómez quiso recortar, poner lazo a una bomba y le estalló en las manos.
En la segunda parte de la
prórroga Higuaín dio relevo a Benzema. Fueron los minutos de Kaká,
desesperadamente delicado, aunque ligero e incisivo. Granero reclamó un penalti
y una extraordinaria arrancada de Marcelo estuvo a un milímetro de dejar a
Higuaín en posición de gol. Kassai señaló fuera de juego.
Al fin, el partido se trasladó
al duelo Casillas-Neuer, el rey de los porteros contra su más prometedor
aspirante. Tantos milagros de Iker jugaron en su contra, ya no hay quien lo
dude. El chico alemán, en cambio, tenía a su favor el escudo del Bayern y una
vida con más futuro que pasado, sin apenas gloria. Ya la tiene. Y la compartirá
con Schweinsteiger, ese polizonte, ese futbolista acabado que ayer volvió a
empezar. Bang.
Créditos: Diario AS
No hay comentarios:
Publicar un comentario