El sábado pasado, en el estadio Monumental, Universitario y Alianza Lima jugaron el clásico más vergonzoso que se recuerda. Una gran victoria crema por 2 a 1 terminó empañada con un hecho que -así lo nieguen en cuatro idiomas- se veía venir.
Una muerte que duele e indigna. Walter Oyarce fue arrojado del palco C128 minutos después del final del partido. Los que sufrimos nuestro fútbol local cada fin de semana ya nos habíamos "acostumbrado" a que esa rivalidad entre cremas e íntimos (que incluye a hinchas de Cristal, Boys, Cienciano, Melgar, Alianza Atlético y un largo etcétera incluyendo la Copa Perú) vaya creciendo. De inmediato salieron a hablar los opinólogos a querer erradicar el torneo local: como si la violencia fuera exclusividad del fútbol.
Lo de Oyarce nos explotó en la cara, como una señal de que la violencia avanza en todos los estratos. Y como este, hay casos de violencia de todos los colores (por decirlo de alguna manera) cada fin de semana. Otra vez los opinólogos salen a pedir un monumento al fallecido. Aunque suene duro, en este caso no hay mártires. Más bien huelgan culpables: directos e indirectos. Entre estos últimos figura la prensa. Hay que empezar desterrando la violencia desde la forma de informar.
Un clásico que en el pronóstico era blanquiazul, y cuyo festejo fue crema terminó teñido de rojo. Un clásico que no provoca comentar. Un clásico de la vergüenza.
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